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domingo, 12 de febrero de 2012

FUNDAMENTOS GENERALES DE LA PEDAGOGÍA

NATURALEZA Y CONCEPTO DE LA PEDAGOGÍA  EPISTEMOLOGÍA DE LA PEDAGOGÍA


Decíamos, al comenzar este manual, que todo intento de comprender la naturaleza y el valor de la pedagogía estará condenado al fracaso si no busca un acercamiento previo al concepto de la educación. Pero desarrollado ya ese concepto desde diversos ángulos, estamos en posesión de los instrumen­tos imprescindibles para encarar la empresa con mayores po­sibilidades de éxito.
Tanto este capítulo como los dos que le siguen están des­tinados a investigar la estructura, el concepto, la autonomía y las partes de la pedagogía. En ellos no nos interesará la idea de la educación sino como cimiento para desarrollar una teoría de la pedagogía.
El análisis que aquí emprendemos recibe el nombre de epis­temológico. En general, la epistemología (del griego: episteme — ciencia, y de logos — tratado) es el conjunto de reflexiones sobre los fundamentos, el sentido y la ubicación de todas y de cada una de las ciencias. En este caso particular, la pregunta gira sobre las cuestiones relativas a la disciplina pedagógica como tal, a su definición, a su arquitectura interna, al lugar que ocu­pa en la esfera de los conocimientos y actividades humanas, a su relación con las distintas parcelas del saber y a su autonomía o dependencia con respecto a ellas.
Las preguntas no se refieren a la misma cosa. La primera exige el por qué, los motivos que llevan al problema epistemo­lógico de la pedagogía; la segunda, el para que; de su solución, esto es las repercusiones que una Salida de cualquier tipo pue­de tener en el mejoramiento del proceso educativo mismo.
Muchas son las razones que obligan al pedagogo a caer en las cuestiones del fundamento y significado de su  disciplina. De todas ellas se destaca la quo nace del doble carácter de la educación, definida simultáneamente como influencia y activi­dad intencional y como realidad para la vida del individuo, de la cultura y de la sociedad. Si la educación es una actividad in­tencional, la  pedagogía debe preocuparse por regularla, diri­girla o conducirla; pero como, al mismo tiempo, se ofrece como un hecho real o como un dato, tendrá que describirla, explicarla o comprenderla. El pedagogo no puede elegir entre los dos ca­minos, sino decidirse a recorrer ambos porque está en la esencia de la educación ser una acción regulable y un dato a estudiar o un problema a resolver. Esa circunstancia da cuenta del vai­vén de la pedagogía entre la práctica y la teoría, entre la norma y la ley, entre la experiencia y la doctrina, entre el arte y la ciencia. Determinar en qué medida y modo es posible la inte­gración de esos dos aspectos, resulta así una exigencia que toda doctrina pedagógica debe satisfacer honestamente. Si no lo hace en los comienzos, guardará en su seno un conflicto latente pron­to a estallar en cualquier terreno.
Tales las causas y la necesidad del planteo epistemológico. Los beneficios de una solución también se imponen con eviden­cia. En primer término, porque cuando más sólida sea la fundamentación de la pedagogía como disciplina con derecho a constituirse, mayor será la posibilidad de penetrar en la com­plejidad de lo educativo y mayor la eficacia de la actividad correspondiente; cuanto más cerca se esté de la vida misma de la educación mediante la afinación de los instrumentos que con­dicionan ese contacto, más factible será que una recíproca fe­cundación ocupe el lugar de la tensión entre la teoría del pedagogo y la experiencia del educador.
En segundo término, y dada la multiplicidad de factores que contiene el objeto pedagógico, su disciplina tiene que apelar a las demás ciencias ampliando así sus horizontes y proporcionan­do a esas ciencias? un material precioso para sus investigaciones específicas. De esta manera será viable aquel "trato bienhe­chor" que, según Herbart, debe reinar entre la pedagogía y los restantes sectores del saber. Este aspecto merece otra referen­cia: la teoría de la pedagogía sólo podrá construirse con una gran amplitud de espíritu y con un real deseo de ayuda mutua entre los trabajadores de diversas ciencias. También aquí se re­fleja la especial naturaleza de la educación. Si ésta es una la­bor colectiva, igualmente debe serlo la pedagogía, Es preciso que sus cultivadores sean capaces de salirse de lo meramente técnico —en el mal sentido de la palabra— para tratar los pro­blemas con visión objetiva a la vez que humana y personal. Ai respecto logran validez de axioma las palabras de Spranger, sin contar con la tremenda responsabilidad que surge de ellas: "El punto de reunión de todas las experiencias y movimientos en el dominio educativo es el pedagogo y hay que confiar en que no sea una criba, sino un espíritu formador y plasmador que pue­da devolver lo recibido y elaborado, a la idea... Porque este extenso trabajo no se hace para el fin de un almacenamiento académico, sino que debe volver a actuar de modo formador y fecundante sobre la vida misma"


OTRA VEZ LA ETIMOLOGÍA
De igual manera que con el término educación, es ahora la palabra pedagogía la que, desde su mismo significado etimoló­gico, nos enfrenta con el problema de su concepto. Sólo que aquí no se trata de una etimología de doble raíz, sino de lo que, ade­más de su acepción originaria, la palabra ha llegado a significar en nuestra época.
Etimológicamente pedagogía (del griego: paidós = niño, y de agogía = conducción) equivale a conducción del niño. En sus orígenes el pedagogo (paidagogos) fue el esclavo que cuida­ba de los niños y los acompañaba a la escuela. Mucho más tarde, en los siglos xvn y xvm, todavía se empleaba ese nombre para los preceptores de los hijos de familias acomodadas.
El tiempo, sin embargo, modificó el sentido primitivo. Pe­dagogía no designa ya el acto de conducción, sino, en forma mucho más amplia, el estudio y la regulación del proceso de la educación; no es más la actividad misma o el oficio correspon­diente, sino el afán por captar su esencia y su dirección. Pero, si gracias a la historia viva de las palabras, pedagogía no tiene en su significado conceptual contemporáneo nada que ver con la raíz etimológica, no puede desprenderse totalmente de ella. En el encuentro de las dos acepciones, la primitiva y la que ganó a lo largo de la historia, se presiente el conflicto de la teoría con la práctica, de la ley que traduce el modo de ser propio de un hecho, de un fenómeno o de un proceso, con la norma que se­ñala la manera de cumplir una acción.

PRECISIONES TERMINOLÓGICAS
No han faltado intentos de suplantar el término pedagogía por otro más adecuado. Por ejemplo, Hernández Ruiz y Tirado Benedí prefieren agología (del griego agogía — conducción, y de logos = tratado o ciencia)1. Un criterio semejante fue em­pleado por los alemanes Ernst Krieck y Peter Petersen, quienes no sustituyen la palabra pero restringen el contenido a su va­lor de agogía (conducción), para hacer de la pedagogía una me­ra "tecnología" (Krieck) 2 o —lo cual es muy similar— "la cien­cia de la conducción, de la educación consciente y sistemática de niños y adolescentes" (Petersen)3.
Los cuatro autores citados han querido superar, cada cual a su manera, la insuficiencia propia de la etimología que reduce la posibilidad de la conducción a la época de la niñez. Retor­nan a la significación primitiva modificándola en parte, pero dejan fuera el alcance actual que también exige a la pedagogía el estudio y el planteo de los problemas educativos. Ese estudio objetivo y científico queda reservado para Krieck y Petersen a lo que denominan "ciencia de la educación" que trabaja desin­teresadamente (ciencia pura) con los factores y el hecho educativos.
Se da también la actitud opuesta, es decir la que excluye de la pedagogía el aspecto tecnológico y afirma exclusivamente el teórico-científico. En esa actitud se encuentran los que ha­blan de teoría de la educación o de teoría de la formación." Estos también superan, de modo completo, la reducida idea de conducción que hay en la etimología, para referirse a la educa­ción en sentido más amplio. Pero lo hacen a costa de uno de los rasgos esenciales de esa misma educación.
Nosotros conservaremos el término clásico (pedagogía), aunque sin su estricto significado etimológico, no por simple respeto a la tradición, sino porque en la amplitud que el tiempo le ha prestado pueden convivir las dos exigencias igualmente fundamentales de la teoría y de la práctica. Además por otras razones, ya entrevistas, que sintetizamos como sigue:
a)   La pedagogía no puede definirse solamente como la cien­cia de la conducción de los niños y de los adolescentes, porque aún entendida como conducción, la educación afecta a la tota­lidad de la vida humana, nace con el hombre y muere con él.
b)   La pedagogía no puede definirse únicamente como la ciencia de la conducción o de la educación consciente y sistemá­tica, porque la educación también adopta la forma de una in­fluencia  inintencional  y  de  una   realidad   social   y   cultural histórica.
c)   La pedagogía no puede definirse más que como teoría de la formación o de la educación, porque ésta es también una actividad concreta que necesita ser regulada mediante un con­junto de normas.
Según nuestro criterio la palabra pedagogía debe referirse siempre a la educación en todas sus formas y aspectos, y com­prender tanto la reflexión como el conjunto de reglas que per­mitan, respectivamente, explicarla como hecho y encauzarla co­mo actividad consciente. No se trata de negar la importancia y el valor de cada uno de los aspectos que coexisten dentro de la pedagogía, pero como nos es imprescindible lograr una base más o  menos firme, el término pedagogía estará dotado, para nos­otros, de la mayor generalidad   que   puede   dársele: teoría ?/ práctica científica de la educación.

UN DIFUNDIDO CONCEPTO DE LA PEDAGOGÍA
La mayoría de los textos definen a la pedagogía como el arte y la ciencia de la educación. El concepto se arma sobre tres elementos perfectamente discriminables: el arte, la ciencia y la educación. De ésta última hemos hablado en los Capítulos
1  y II. Debemos ahora estudiar qué relación hay entre la cien­cia y el arte de la educación y, sobre todo, si es exacto hablar de un arte y de una ciencia educativa dentro del concepto de la pedagogía. Al hacerlo nos encontraremos con que más de una vez esa ciencia y ese arte no siempre han sido considerados compatibles y que a menudo, en nombre de una o de otro se ha negado la posibilidad de su pacífica convivencia. Nos interesa demostrar que: a) no corresponde hablar de la pedagogía como arte, sino como técnica; b) es lícito conce­bir a la pedagogía como ciencia, sin que por ello dejo de ser técnica; c) a la inversa, que el hecho de que la pedagogía sea técnica, no impide que sea ciencia; d) l& pedagogía (en su acepción más amplia) puede también concebirse como filosofía y como historia de la educación, según el punto de vista que se adopte.
LA PEDAGOGÍA CONSIDERADA ARTE

La tesis según la cual la pedagogía es un arte ha servido a algunos autores pura negarle a aquélla carácter científico. Pero, ¿es la pedagogía un arte? Y si lo es, ¿en qué sentido?


Conceptos de arte
Los conceptos de arte son múltiples, especialmente si se to­ma el término en su mayor generalidad. No obstante pueden reducirse a cuatro fundamentales: 1) arte como actividad; 2) arte como conjunto de reglas para la actividad; 3) arte como creación; y 4) arte como expresión y comprensión de belleza.
En el primer sentido el arte es una actividad, un hacer del hombre. Es la acepción tradicional 'del término empleada por Aristóteles y por la escolástica medieval. Jacques Maritain la ha expresado así: "El arte es un hacer opuesto al obrar. El obrar consiste en el uso libre, en cuanto libre, de nuestras facul­tades o en el ejercicio de nuestro libre arbitrio, no con relación a las cosas u obras que producimos, sino simplemente con re­lación al uso que hacemos de nuestra libertad. El hacer es la acción productora considerada no con relación al uso de nues­tra libertad, sino puramente en relación a la cosa producida" '. En estas palabras se da la neta diferencia que hay entre la esfera del arte (en su más amplio significado de hacer) y la de la ética o moral, como mundo de la conducta.  En el primer caso no interesa el bien del que hace sino el de la obra que "se hace" o "se produce" (al escultor le importa el bien de su obra y no el suyo propio). 
El mundo del obrar o de la conducta es el de la acción moral conforme a una ley interior que al des­arrollarse y ejercerse incide sobre el bien de quien la aplica. En síntesis: en su significación más general (hoy poco usada) toda actividad que el hombre realiza y lo lleva a producir algo es "artística".   Así entendido, el arte se identifica con la mis­ma práctica (praxis) y se distingue de la teoría,  como con­templación.
En un segundo sentido el arte se presenta como un con­junto de regías para la actividad, es decir como una serie de procedimientos que sirven a la producción de un cierto resultado. Desde este punto de vista se opone a la ciencia, concebida co­mo puro conocimiento independiente de toda aplicación, y a la naturaleza, en tanto productora sin reflexión.  Santo Tomás de Aquino ha dicho que el arte es "la recta ordenación de las co­sas a hacer". Un pedagogo contemporáneo, Emile Planchan!, lo define como "la aplicación de los conocimientos a la realiza­ción de una concepción" \ Este significado no se ha perdido co­mo el anterior, pero ha dejado de pertenecerle al arte para con­vertirse en una acepción de la técnica. Si se toma el diccionario de la lengua sé verá que la técnica es "el conjunto de reglas, mo­dos y procedimientos de que se sirve una ciencia o un arte". Esta transferencia de sentidos de una palabra a otra tiene, se­gún   veremos,   una   importancia   fundamental   para   nuestro análisis.

Con un criterio semejante al anterior, aunque más restrin­gido, el arte es creación de algo.   Se liga al segundo significa­do, en tanto toda creación se hace según determinados princi­pios, científicos o no, que regulan esa producción. En el caso anterior el arte seria un conjunto de procedimientos para rea­lizar algo.   En éste designa la producción misma, el resultado de la acción, lo "hecho".  Por ello quizás sea más correcto ha­blar aquí de lo artístico.
El arte como actividad, la educación y la pedagogía
El concepto de arte como actividad nos lleva a negar la tesis que afirma que la pedagogía es un arte1. En cambio, no puede decirse lo mismo con respecto a la educación. Es evidente que el educativo es un hacer, una práctica, una actividad que, intencionalmente o no, configura al hombre. Pero de ahí a sos­tener que la pedagogía es una actividad, es decir, un arte, hay una gran distancia, porque la pedagogía no es la educación, sino la disciplina que la tiene por objeto 2.
Arte, experiencia y ciencia en la educación

Pero no debemos caer en los extremos y sostener la abso­luta separación entre la ciencia pedagógica y el arte educativo, entre la ciencia y la experiencia educacionales*. La educación es una tangible realidad de la vida humana que se resuelve en una actividad consciente o inconsciente, según los casos. En su forma consciente y sistemática el educador va acumulando una experiencia personal que lo perfecciona por sí sola. En la for­ma inconsciente y asistemática se entrecruzan influencias y fac­tores que hacen a la experiencia humana misma. Si la pedago­gía quiere llegar a un auténtico conocimiento de esa realidad empírica debe penetrar decididamente en ella y derivar de ella los materiales necesarios para constituirse como sistema o como doctrina. Sin una realidad empírica que proporcione los proble­mas no existe ciencia de ninguna especie. ¿Podrían existir las ciencias naturales sin naturaleza? ¿Es el naturalista quien im­pone sus leyes a la naturaleza? Indudablemente no; lo que hace es extraerlas de la naturaleza mediante la observación o el ex­perimento, llegando a lo general por el camino de la inducción. En la pedagogía las cosas no son tan simples, pero la compa­ración vale para lo que queremos demostrar: no hay por qué pensar de otra manera —ya se verá en qué condiciones y lími­tes— con respecto a las relaciones entre la educación como he­cho y la pedagogía como teoría. El arte o la práctica o la actividad educativas, son anteriores a la teoría y a la técnica pedagógica. No sólo lógica, sino también cronológicamente la realidad educativa precede a la pedagogía". La reflexión y la sistematización han llegado tardíamente con respecto al hecho educativo, tan antiguo como el hombre. Pero se han constituido sobre él, pues la .práctica alimenta a la teoría y la teoría debe volverse sobre la práctica para enriquecerla.
La pedagogía, ¿arte o técnica?

La reflexión sobre el hecho educativo conduce a principios generales que se convierten en reglas para la acción. Desde este punto de vista la pedagogía sería un arte, si se entiende por éste el conjunto de reglas para la actividad, la serie de procedi­mientos tendientes a producir un cierto resultado. El educador se vale de procedimientos que ayudan a la eficacia de su acción, y el conjunto de esos procedimientos constituiría el "arte pe­dagógico". Pero como ya hemos dicho, definir el arte como re­gla es definir la técnica. Tampoco aquí la pedagogía es un arte, sino una técnica, la técnica de la educación.
La educación como creación

La actividad educativa es una continua creación; por eso la educación es un arte. El educador y el educando son indivi­duos Que dan cambiante forma a las objetividades con las cua­les trabajan. "La educación —dice Luzuriaga— no es una obra automática, mecánica, sino que descansa en gran parte en la capacidad,  gracia y destreza del educador. El educador debe poseer ciertas condiciones de artista, ser capaz de improvisar, de responder a situaciones nuevas, de interpretar la realidad" J. Como se observa, el tercer sentido del arte sólo es válido en el campo de la educación y no en el de la pedagogía. Esta no pue­de ignorarlo en tanto observa y describe su objeto, pero en sí no es un arte. Además aquí su impotencia es mayor ya que no puede regular, mediante rígidos  principios,  la individualidad creadora del educador. Sin embargo algo puede hacer: infor­mar sobre el método original de los grandes educadores evitan­do que se pierda en el olvido, que muera con el maestro de ex­cepción, incitando así a nuevas creaciones, despertando energías a veces ocultas en los maestros comunes -'.

Diferencias entre educación y arte

Tanto como semejanzas hay fundamentales diferencias en­tre la actividad del educador y la del artista creador. Son distintos los materiales que trabajan y distinta la dirección de su trabajo. Mientras el creador de cultura (artista, hombre de ciencia, político, filósofo, etc.) produce objetividades; el edu­cador debe partir de éstas, incorporándoselas para luego hacer­las subjetividad en los educandos'. Los dos caminos son opuestos, por lo menos en un gran tramo. Por otra parte, el educador trabaja con seres vivos dotados de personalidad es­piritual y de condiciones naturales, mientras que el artista uti­liza un material inerte en el cual plasma las formas por él con­cebidas o proyectadas. El educador está más limitado en su acción que el artista. Su tarea no es imponer a los educandos su personalidad, sino ayudar a que éstos desarrollen la propia a partir de sus condiciones.
Educación y belleza

Con respecto al último significado de arte, como creación de belleza, las diferencias con la educación surgen a primera vista. El artista persigue la forma bella y su ser está tendido de manera exclusiva, o al menos preponderante, hacia la rea­lización de los valores estéticos. El educador, en cambio, busca incorporar todos los valores, no sólo los estéticos, en el alma de los seres inmaduros,

Pedagogía y estética

Las semejanzas señaladas entre educación y creación han dado origen a una corriente "esteticista" dentro de la pedago­gía”. Dicha dirección pretende hacer de la estética una de las ciencias auxiliares básicas de la pedagogía. En esa postura mi­litan, entre otros, Ernst Weber con su obra La estética como ciencia- fundamental de la pedagogía, \ Richard Seyfert con La lección escolar como obra de arte, Ambos autores consideran que lo primero en la educación es el estilo personal y la crea­ción artística.

Pedagogía del arte

La educación artística o estética, como sector educativo, ha alcanzado una extraordinaria importancia en nuestros días. En tanto la estética constituye una de las esferas de la educación, a la vez que un poderoso medio formativo, debe existir, y existe, una pedagogía del arte, o sea un conjunto de medios para culti­var los valores con él relacionados, además de ordenadas re­flexiones en torno al significado de esos valores para el desarro­llo humano.   En este aspecto se han dado dos direcciones: 1) La educación para la creación estética; y 2)  la educación para la contemplación y el goce estéticos.  La primera es más difícil de realizar, porque no puede trasmitirse la fuerza, la inspira­ción creadora del artista a quien no esté dotado para conte­nerla en su intimidad, aunque en posesión de ella el educador puede cultivarla. En cambio, es más factible desarrollar el sen­tido estético que capacita al ser para entrar en contacto con la obra bella.
LA PEDAGOGÍA COMO TÉCNICA

En el punto anterior muchas veces la técnica ha demos­trado su derecho a ingresar en la definición de la pedagogía, como sustituta del arte. Pasemos, pues, a determinar hasta qué punto sus reclamaciones son fundadas y atendibles.
Conceptos de técnica
Entre los diversos conceptos de la técnica, se destacan tres: 1) Conjunto de procedimientos de que se vale la ciencia, o el arte, para lograr un determinado resultado. En general es un "recurso" que el hombre utiliza como medio para alcanzar un objetivo, en especial su bienestar, suprimiendo ciertas necesi­dades (Ortega y Gasset)1. Así entendida la técnica realiza siem­pre valores utilitarios, y no trasciende la esfera de los medios o instrumentos2; 2) Bien cultural, es decir, uno de los sectores diferenciados de la cultura objetiva de un pueblo o de la huma­nidad (por ejemplo: "la técnica norteamericana" o "la técnica de nuestro tiempo"). Desde este punto de vista la técnica re­presenta el conjunto de progresos materiales acumulados por el hombre, el que, según algunos autores, marcha mucho más adelante que los progresos espirituales; 3) Dominio acabado de algún territorio cultural, es decir conocimiento científicamente fundado. Estamos en esta acepción cuando decimos que al­guien "es técnico en la materia", en la medida en que conoce a fondo esa materia. De los tres significados comenzamos por descartar el tercero, no sólo por ser más propio del lenguaje vulgar, sino porque es innecesario insistir en la importancia de que el educador y el pedagogo conozcan a fondo su profesión o su disciplina.

Arte y técnica

Las relaciones entre el arte y la técnica se ofrecen a sim­ple vista. Cualquiera de los sentidos del arte se conecta con la técnica en su primer significado. Toda actividad para poder cumplirse con eficacia necesita de la técnica, es decir de una serie de normas. También toda creación, aún en su forma es­tética, se sirve de la técnica para mejor manejar los materiales con que trabaja el artista (por ejemplo: la "técnica de la mú­sica" o la "técnica de la pintura"). Pero hay diferencias capi­tales, especialmente si nos referimos al arte como actividad. La técnica es más científica, pues no existen reglas para una ac­tividad sin un previo conocimiento de la misma. La técnica deriva del conocimiento científico que, como tal, es puro y des­interesado, y que, por medio de la técnica se convierte en apli­cado. La práctica provee de problemas a la ciencia y ésta mo­difica la realidad a través de la técnica. La técnica se ubica, pues, en la mitad del camino por el cual la teoría regresa a 1» práctica, y participa de las dos. Es el intermediario que per­mite a la primera llegar a la segunda y transformarla.

La técnica educativa

En su primer sentido la técnica representa procedimientos, recursos o medios para alcanzar un fin. Esto limita nuestro campo de aceran pues ya no podemos salimos de la forma sis­temática de la educación. En efecto, decir que la técnica es un recurso para alcanzar un fin, supone la presencia previa de un objetivo consciente. Por consiguiente: las relaciones entre téc­nica y educación sólo se comprenden desde el punto de vista de la educación intencional. Por el sólo hecho de tratarse de una actividad consciente está orientada conforme a determinados principios, y se mueve con determinados procedimientos o mé­todos. Estos recursos constituyen la técnica educativa que tra­baja únicamente con medios; es apenas un instrumento al ser­vicio de objetivos que la trascienden.
Educación y técnica

De la existencia de una técnica educativa no puede concluir­se la identidad de educación y técnica.  Ambas designan proce­sos distintos cumplidos sobro materiales diferentes con  obje­tivos también diferentes.   Una como otra son "aceionos" que se realizan sobre algo, pero mientras la  técnica se alrota en esa acción, la educación tiende a perdurar, a dejar huellas en el espíritu del ser que influye. Por otro lado la acción del técnico se ejerce sobre cosos-, mientras que la del educador está dirigida a personas. La técnica trabaja con fines que ella no formula; la educación hace del fin uno de sus problemas fundamentales, sin contar con que ese objetivo puede encontrarse dentro del mismo proceso educativo.   Mejor aún: mientras la educación trabaja con fines, la técnica se construye sobre medios.   "La técnica —ha dicho Luzuriaga— es,  ante todo,   aplicación; la educación es, esencialmente, formación y creación" 1. En cuanto a los objetivos las diferencias son todavía más claras: la téc­nica persigue la realización de valores útiles; la educación bus­ca el cultivo de todos los valores en el alma del ser inmaduro. Puede emplearse aquí, sustituyendo  los términos, los mismos argumentos dados para señalar las diferencias entre educación y arte.

La utilidad en pedagogía

Si hay una técnica educativa, y es propio de la técnica rea­lizar valores de utilidad, ¿en qué sentido ha de entenderse esta utilidad en el dominio pedagógico? En general se considera re­sultado útil al que se obtiene en el menor tiempo posible y con el menor esfuerzo posible. Sin duda alguna los medios peda­gógicos se perfeccionan en busca de un éxito más rápido y efi­caz, pero no debe ser el tiempo el primer índice de la "utilidad pedagógica" (Pestalozzi decía que en la educación "perder el tiempo es una forma de ganarlo"), sino la eficacia. Importa una educación efectiva y adecuada, y, si es posible, directa y rápida. Si no es esto último, no debe preocuparse el educa­dor por el tiempo que en ella invierta l.
La pedagogía como técnica de la educación

La técnica educativa no está en la práctica educativa aun­que, a través de la ciencia, de ella ha surgido y a ella esté diri­gida. El educador experimenta el valor de las técnicas en la práctica, pero las pide a la ciencia de la educación quien a su vez necesita formularlas para ponerse en contacto con la rea­lidad. Las técnicas proceden de la teoría o, mejor dicho, la teo­ría provee de normas y de principios reguladores a la acción educativa. En este sentido es que puede decirse que la peda-yogia es una técnica: la técnica de la educación. Veremos luego que no es sólo eso, pero por el momento nos basta con lo expresado.

Pedagogía de la técnica

Tomemos ahora ei significado de la técnica como bien cul­tural. Así como existe una educación para el arte, también la hay para la técnica, y si hay una pedagogía del arte debe ser lícita una pedagogía de la técnica. Los temas que la pedagogía debe desarrollar en este campo son fundamentalmente dos : va­lor de la técnica para la formación del hombre, y medios para la formación del técnico. La importancia de esas cuestiones, sobre todo en nuestra época, justifica la existencia de una pe­dagogía de ese tipo.







La técnica al servicio de la educación y de la pedagogía

Actualmente, y desde lo relativo a un mejor conocimiento del educando (con el auxilio de la psicotecnia, por ejemplo) hasta lo que se refiere a la construcción de edificios escolares más adecuados a su misión, la técnica, en su más amplio alcan­ce, se ha puesto al servicio de la educación. De esta manera nada impide decir que gracias a los progresos de la técnica he­mos logrado un cierto "bienestar educativo" que permite la solución de los pequeños problemas instrumentales y que dejará más tiempo para que el educador sea lo que debe ser: un formador de almas.  Las cuestiones de organización y de métodos dejan, paulatinamente, de ser impedimentos para la consecu­ción de fines que únicamente a la educación, como tarea huma­na, le competen.   Siempre habrá problemas de medios porque habrá siempre nuevas realidades y nuevos objetivos, pero mu­chas trabas han sido superadas.  Al mismo tiempo la inciden­cia de la técnica sobre la educación demuestra cada vez más que Ja educación no es problema que pueden resolver los espe­cialistas aislándose de todo otro aporte.   De los más diversos sectores pueden venir respuestas, y multitud de disciplinas ro­dean a la pedagogía ayudándole a descubrir territorios vírge­nes que los pedagogos del siglo pasado, para no ir más lejos, ni siquiera habían soñado.
LA PEDAGOGÍA COMO CIENCIA

La definición de la pedagogía como técnica o, si se quiere, como tecnología de la educación, es válida siempre y cuando no se haga de ella la única, ni se la utilice como argumento para negar el valor y las posibilidades teórico-científicas de nuestra disciplina, posibilidades que no pueden discutirse y que están incluso reconocidas por el concepto más común de la pedagogía. La conciencia de esos límites no puede obtenerse más que por la investigación del alcance que la pedagogía tiene como cien­cia de la educación. Como en  el caso del arte educativo y de la técnica pedagógica, también aquí debemos partir de una idea general para determinar de qué manera la pedagogía pertenece a ella.

Conceptos de ciencia

De la ciencia hay, en verdad, dos ideas: una que la define como conocimiento positivo de determinados hechos; otra que la presenta como reflexión problematizadora ansiosa de apresar la totalidad de lo real. La primera idea toma cuerpo en las ciencias naturales y espirituales (o culturales o humanas) que se limitan a describir los hechos y fenómenos y a buscar sus relaciones legales; la segunda se refiere a la ciencia como es­peculación sobre las causas últimas, sobre los fundamentos de la realidad, esto es, a la filosofía. Ambas representan, a su manera, un saber desinteresado que no aspira más que a reflejar su objeto, parcialmente en un caso, totalmente, en el otro. Por eso en ambas concepciones la ciencia es teoría (damos a esta palabra su significado etimológico: del griego teóreim = con­templación) que, a la vez, puede ser científica, en sentido estric­to (conocimiento de hechos por medio de la observación o de la experiencia) o filosófica. En este punto nos ocuparemos de la ciencia en sentido estricto, dejando para el siguiente la pre­sentación de la pedagogía como teoría filosófica.
Pues bien, de la ciencia positiva también hay dos concep­tos: uno amplio y otro restringido. Según el criterio restrin­gido, la ciencia persigue la formulación de leyes (relaciones ne­cesarias entre fenómenos) expresables en términos matemáticos. "Ciencia —dice Alejandro Korn— es la matematización de la realidad"'. Este concepto ya había sido expuesto por Aristóte­les al no aceptar más ciencia que la de lo general, es decir uni­versal, más de tres siglos antes de Jesucristo, y alcanzó incon­movible validez con la concepción mecánico-matemática del mundo del siglo XVII, y con la filosofía de Kant en el siglo XVIII. El criterio amplio, en cambio, no exige la matematización; le basta con la presencia de métodos, de un objeto y de un sistema propio. Con este criterio ha dicho Erich Becher que la "ciencia es un conjunto de conocimientos verdaderos y proba­bles, metódicamente fundados y sistemáticamente dispuestos se­gún los grupos naturales de los objetos" 2. Este es un concepto más moderno hijo de la necesidad de dar validez a las ciencias no-naturales, es decir a las "ciencias humanas".

El significado restringido de la ciencia tiene el valor de hacer de ésta un conocimiento exacto de la realidad, y de ser­vir al hombre para prever el futuro en tanto introduce una matemática uniformidad en el orden de la naturaleza. Pero es impotente para insertar, por sí sola, ese mismo orden en el campo de lo humano espiritual. De ahí que su radio de acción sea restringido nada más que a determinadas ciencias, como las matemáticas, la física, la química y, en gran parte, a la bio­logía. No caen en su jurisdicción disciplinas como la psicología, la historia, la sociología y la pedagogía, con objetos diferentes a los de las mencionadas en primer término. Se hace, pues, im­prescindible ampliar la extensión del concepto de ciencia de manera que la exigencia matematicista no sea el único canon pa­ra determinar la cientificidad de un conocimiento. Puede éste no buscar la ley y tener un dominio preciso, métodos propios y capacidad para culminar en un sistema.

La pedagogía sólo puede ser ciencia en un sentido amplio

La pedagogía tiene por objeto a la educación. Esta se nos ha ofrecido como una tarea y como una realidad humana, in­dividual y social, lo que significa que el solo esquema matemá­tico no puede dar cuenta de ella. No quiere esto decir que no tenga ningún contacto con las ciencias naturales, pero en sí la pedagogía no puede ser comprendida en el concepto restrin­gido de la ciencia. Justamente la aplicación del criterio natura­lístico es una de las causas de su demora en constituirse como disciplina autónoma, y esta aplicación se ha mantenido hasta hace poco. Por eso es una ciencia reciente, aunque la educación haya nacido con el hombre.

Evolución de la pedagogía como ciencia

Para llegar, en nuestros días, a ser una esfera indepen­diente del saber, la pedagogía ha debido pasar por tres etapas: 1) pre-científica; 2) científico-natural; 3) científico-espiritual.
La etapa pre-científica, fue de acumulación. Puede decirse que se extiende desde los orígenes hasta el siglo XVII. En este período la pedagogía no existe como conocimiento independiente y unitario de un objeto. Había doctrinas sobre la educación, pero integradas a la política y a la filosofía (Platón y Aristó­teles), a la teología (Edad Media) o a otras ciencias (Iluminismo).
La etapa científico-natural comienza con Comenio en el si­glo XVII y culmina con Herbart y el positivismo en el siglo XIX. Fue primero una mera didáctica (metódica de la instrucción), para alcanzar su mayoría de edad como pedagogía propiamente dicha. Pero aún así sus principios seguían siendo de índole na­turalista y su pretendida independencia no pasó de ser, en la mayoría de los casos, una buena intención.

La etapa Científico-espiritual, que hoy recorre, le da su autonomía. Se incuba en el siglo xix (segunda mitad) gracias al especialísimo aporte de Wilhelm Dilthey que trató de fundamen­tar las ciencias del espíritu.

Lo dicho no obliga a identificar la pedagogía actual con la particular dirección que Dilthey encabeza. La denominación de "pedagogía científico-espiritual" vale como opuesta a un cri­terio predominantemente naturalista y es, en cierta forma, co­mún a casi todas las corrientes de la pedagogía contemporánea. A la dirección científico-espiritual le debemos, sobre todo, la idea de la unidad de la pedagogía, la que una vez constituida pue­de incorporar a su seno los aportes de las mismas ciencias natu­rales —no sólo valiosos, sino imprescindibles— sin que corra peligro de desintegrarse o de someterse. Quizá con esa fusión de las dos tendencias, que ya se comienza a percibir, estén dados los primeros pasos de un cuarto período en la historia de la pedagogía científica.

La pedagogía, ciencia positiva

Atribuir a la pedagogía carácter de ciencia positiva no es más que reconocerle capacidad para obtener el conocimiento de un hecho que le corresponde como objeto. Para conseguirlo le es permitido usar muchos procedimientos, entre ellos, los uni­versales de la descripción, la observación y la experimentación, tanto como apelar a otras disciplinas en busca de materiales pa­ra elaborar sus propios problemas. De esto último se tratará luego. Aquí no nos preocupa otra cosa que afirmar sus posibi­lidades de conocer positivamente un hecho (el educativo) en su génesis y evolución histórico-social (pedagogía histórica), o en su estado presente como realidad y como proceso (pedagogía sistemática) \ Desde este punto de vista es concebible como ciencia empírica, y queda justificado para nosotros el derecho de la ciencia a participar, junto con la técnica, en el concepto de la pedagogía como disciplina de la educación.

LA PEDAGOGÍA COMO FILOSOFÍA

Pero con la ciencia educativa no se agotan las posibilida­des teóricas de la pedagogía.   Como ciencia positiva no tiene otra misión que la del conocimiento del fenómeno educativo tal cual se da en la experiencia, o, como dice Flitner "tiene que describir objetivamente un sector del mundo humano, precisa­mente aquel que se ocupa de la formación y de la educación" '. Pero como en el hecho educativo confluyen tantos factores e intereses y se apela a tantas ciencias para su explicación, se corre el riesgo de que los elementos así obtenidos se presenten dispersos y sin la más mínima unidad. Es preciso integrar Jas partes a un todo con sentido, para lo cual no basta la teoría científica, si no va acompañada de la reflexión filosófica, que profundiza y problematiza a la caza de la unidad.  El primer fruto de esa reflexión será un punto de vista netamente peda­gógico 2, el planteamiento o el enfoque educacionales que por si solos alcanzarían para asegurar el dominio de la pedagogía sobre las disciplinas .parciales que la auxilian y que, en ese caso, se someterán a su interés específico.  Por esa senda, y utilizando términos que el pedagogo argentino Juan Mantovani3 ofrece re­unidos, la teoría es, al mismo tiempo, ciencia y conciencia o, si se quiere, ciencia que se eleva a conciencia de la educación.
LA PEDAGOGÍA, TEORÍA Y TÉCNICA DE LA EDUCACIÓN

Recapitulando, y sin perjuicio de que en los capítulos si­guientes concretemos aún más las cuestiones planteadas, el des­arrollo precedente se nos ofrecía como el único medio de lo­grar un concepto fundado de la pedagogía, en su más amplia significación. A nuestro juicio ese concepto debe ser el siguien­te: La pedagogía es la teoría y la técnica de la educación. Con él abarcamos el conjunto de normas que la pedagogía supone (técnica) y su doble valor teórico: conocimiento positivo (his­toria y sistema.) y reflexión problematizadora y unificadora (filosofía.).

LA PEDAGOGÍA Y LAS OTRAS CIENCIAS

CONTINÚA EL ANÁLISIS EPISTEMOLÓGICO

El análisis epistemológico no puede concluir con la formu­lación de un concepto de pedagogía por más fundado que sea. Debe, además, dar cuenta de otros problemas que al mismo tiem­po que surgen de ese concepto, lo complementan. Estas cues­tiones —a las que estarán dedicados este capítulo y el siguien­te— son esencialmente dos: la que se refiere a la independencia de la pedagogía y de lo pedagógico frente a otras esferas de! saber y del hacer humanos; y la que se concreta en un sistema de la pedagogía. La primera se resuelve previa dilucidación de las relaciones de la pedagogía con las otras ciencias; la se­gunda, mediante una coherente ordenación de sus partes (divi­sión de la pedagogía).

RELACIONES DE LA PEDAGOGÍA CON LAS OTRAS CIENCIAS
El estrecho contacto de la educación con los más diversos aspectos, factores e intereses de la vida humana, coloca a la pedagogía en relación con las más distintas disciplinas que, de una o de otra manera, aportan materiales para la compren­sión y explicación de esa vida. De ahí que la autonomía de la pedagogía deba definirse a partir del tipo de relación que man tiene con las que, en este caso, constituyen sus ciencias auxiliares.



Las ciencias auxiliares
La necesidad de establecer el tipo de relación de la peda­gogía con sus ciencias auxiliares, surgió juntamente con la pretensión de aquélla de erigirse en ciencia autónoma. Antes de Herbart estuvo incluida en otras especulaciones. Ese autor y sus discípulos acuñaron el término "ciencias auxiliares de la pedagogía".  Primero lo fueron la ética y la psicología, y, más tarde, la ciencia de la religión (Ziller), la medicina y la hi­giene (Rein), la estética (Weber), la totalidad de la filosofía (Natorp), la sociología y la historia (Willmann y Krieck), etc. La cuestión ha recibido dos soluciones principales. En pri­mer lugar está la de aquellos pedagogos que clasifican a las ciencias conectadas con la pedagogía en básicas, especiales y au­xiliares. Las básicas (filosofía, psicología, biología, sociología) fundamentan a la pedagogía según criterios que miran a la edu­cación como hecho y como misión. Las especiales (matemáticas física, geografía, historia, etc.), integran el contenido de la edu­cación sistemática, forman parte de los planes de estudios. Las auxiliares propiamente dichas, ceden sus conocimientos para una mejor concreción de los fundamentos que proporcionan las cien­cias básicas1.
En segundo término se da la solución que parte de la na­turaleza misma de las ciencias combinada con la realidad del proceso educativo. En esta corriente puede incluirse la salida propuesta por Luzuriaga 2 quien las divide en: 1) ciencias de la naturaleza, que tienen por objeto la vida orgánica (antropolo­gía, biología, fisiología, medicina e higiene); y, 2) ciencias del espíritu, que tratan de la vida psíquica (psicología, psiquiatría, psicotecnia, caracterología), la vida espiritual (filosofía, lógi­ca, ética, estética, metafísica) y la vida social (sociología, his­toria, economía, derecho),
La primera solución es completamente objetable, porque quita a la pedagogía muchas de sus posibilidades como disci­plina autónoma, debido a que con respecto a una ciencia inde­pendiente sólo cabe la expresión ciencia-s auxiliares, aunque se pueda establecer con ellas relaciones más o menos intensas. Además, la separación de las ciencias especiales es arbitraria, pues éstas, tal cual están concebidas en la clasificación expues­ta, posibilitan la educación sistemática o escolar y no la peda­gogía. Ésta las estudia en tanto han pasado a integrar el pro­ceso educativo mismo formando parte de su contenido. Son, estrictamente hablando, las "materias de enseñanza".
La segunda solución tiene la ventaja de contemplar la rea­lidad educativa y, sobre todo, a su sujeto que, simultáneamente, es un ser orgánico, psíquico, social y espiritual. Por esa causa, y a pesar de que hace separaciones innecesarias entre ciencias que pertenecen a un mismo dominio de conocimiento, nos da pie para otra clasificación de las ciencias auxiliares de la pedago­gía más ajustada a las necesidades de su autonomía.
En pedagogía, como disciplina autónoma, sólo corresponde hablar de ciencias auxiliares. Según la intensidad y la impor­tancia de sus relaciones con las ciencias que la" auxilian puede decirse que las hay de dos tipos: ciencias auxiliares fundamen­tales y ciencias auxiliares secundarias. Pertenecen al primer grupo la biología, la psicología, la sociología y la filosofía. Se incluyen en el segundo grupo todas las otras ciencias que pue­den colaborar en la interpretación y conducción del objeto pedagógico y de la actividad educativa, respectivamente.

Biología y pedagogía

Indudablemente la biología es la primera de las ciencias con las cuales se relaciona la pedagogía. No es posible pensar en la. Formación del hombre —por más elevado que sea su ob­jetivo— si previamente no s& conoce su estructura morfológica, su capacidad de adaptación biológica, los momentos de su de­sarrollo orgánico, su diversidad tipológica. Como sostiene Huberta, la pedagogía supone el conocimiento de las leyes generales de la vida (biología general); el conocimiento de las leyes par­ticulares de la morfología, la anatomía y la fisiología humanas (biología humana) ; el conocimiento de las condiciones especí­ficas del desarrollo humano (ontogenética humana) ; y, el co­nocimiento de las formas que bajo la influencia de los factores biológicos puede tomar su estructura mental (biotipología).
Desde el punto de vista biológico la acción educativa debe tender a que los seres jóvenes alcancen una madurez normal. De ahí que sea tan necesario al educador el conocimiento, por lo menos en sus grandes líneas, de las ramas de la biología arri­ba indicadas. Por otro lado no hay que olvidar que el ser con el cual trabaja es, en primera instancia, un ser dotado de un cuer­po regido por determinadas leyes. Leyes de desarrollo que no sólo llegan a lo físico y fisiológico, sino también a lo psicológi­co, en tanto ambos tipos de fenómenos se condicionan mutuamente.
Además, el ser humano ocupa un cierto lugar en la escala zoológica que la educación debe afirmar. No como su fin últi­mo, pero sí como medio para que esté en condiciones de cumplir dentro de la comunidad, la labor activa que de él se espera.


Psicología y pedagogía
Así como es  imposible intentar la formación del hombre sin antes conocer su organización biológica, tampoco puede pen­sarse en ella si previamente no se ha penetrado en su estructu­ra anímica y espiritual. La psicología es pues la segunda disci­plina que se relaciona con la pedagogía. La expresión según la cual el maestro es un formador de almas" no es una frase ca­rente de significación. Tiene un sentido y más profundo del que aparenta.  El verdadero maestro está dotado de una capacidad de intuición y de penetración psicológicas que le es connatural. Pero la sola intuición no le permitirá ir muy lejos por el ca­mino de la comprensión y el conocimiento de sus alumnos, si no se perfecciona en el dominio de las disciplinas psicológicas. Por otra parte el educador mismo es una estructura anímica y espiritual, sin contar con la presencia de elementos psicológicos en todos los aspectos del trabajo educacional.   El pedagogo de­be estar alerta frente a esos factores para cuyo conocimiento necesita el apoyo insustituible de la psicología.
En consecuencia, toda pedagogía supone: el conocimiento de la psicología general; el conocimiento de la psicología evolu­tiva; el conocimiento de la psicología diferencial (tipología y caracterología) ; el conocimiento de la interpsicología y de la psicología social.




Sociología y pedagogía
El sujeto de la educación, además de ser un individuo bio­lógico y psíquico, es un ser social, pertenece a una comunidad amplia (por ejemplo, la sociedad nacional) y a varias comuni­dades restringidas (la familia, la iglesia, el club deportivo, la asociación cultural, etc.). La sociología, que se encarga del es­tudio de la realidad social, es así la tercera de las ciencias que se conecta con la pedagogía.


Filosofía y pedagogía
El hombre es el único ser educable. Este ser es simultá­neamente biológico, psíquico y social. Pero no lo es en forma pasiva sino activa. Está frente al mundo provisto de una acti­tud espiritual, de una concepción de la vida. A través de esta idea básica encuentra la explicación de muchos "por qué", apar­te de la posibilidad de enfocar a la realidad como un todo. En primera instancia la filosofía es, pues, una concepción del .mun­do y de la vida que repercute sobre la conducta. Esto sucede no sólo con la filosofía de los "filósofos profesionales", sino tam­bién con la "filosofía" del hombre común.
Toda teoría filosófica conduce a una actitud e intenta ex­plicar unitariamente la realidad. Por eso se dice que la filo­sofía es una reflexión totalizadora en cuyo campo entran tanto lo natural como lo humano.
De lo dicho se deriva la importancia de la filosofía para la educación. Si ésta pretende formar al hombre en su integridad, ¿quién más que la filosofía puede darle una idea de esa inte­gridad? El educador no puede emprender su misión, si antes no se ha trazado por lo menos un esbozo del punto a que debe llegar, es decir una "imagen" del hombre a formar. Por eso, esencialmente, ¡a filosofía que fundamente la acción educativa debe ser una "filosofía de lo humano".
Las razones dadas bastan para demostrar el estrecho con­tacto que hay entre filosofía y pedagogía. Ésta apelará a aqué­lla para resolver los problemas esenciales, para evitar que los aportes parciales de las ciencias biológica, psicológica y socio­lógica permanezcan desintegrados e ineficaces.
El reconocimiento de esas relaciones es muy antiguo. Pla­tón y Aristóteles incluyeron las reflexiones pedagógicas en la filosofía. La edad media la hizo parte de la teología, hasta que el siglo XVII pretendió liberarla del seno materno; Herbart mis­mo subordinó la pedagogía a la ética y a pesar de que hoy la pedagogía ha afirmado su independencia frente a ella, la filoso­fía mantiene vigorosamente sus derechos a reflexionar sobre lo educativo y a ayudar al pedagogo en su comprensión o interpretación.

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